
No sé lo que piensas de los bancos y los banqueros. Supongo que también te encontraste con ese aire de arrogancia, salpicado de declaraciones secas, superiores, cortantes, cortantes, como sátiras verbales. Y ha pasado por rotación de personal y procedimientos cambiantes y errores de cálculo y formularios adicionales y papeleo y valiosa correspondencia y términos de crédito. Y también pasaste por “regresa” y por “falta hoy porque tiene mal día”.
Desde hace bastante tiempo, el tono del empleado de banco se asemeja al del policía o al del inspector de los órganos de control sanitario, médico, fiscal, etc.
No hace mucho, corrí al banco a recoger mi nueva tarjeta. El anterior había caducado y ya no se podía utilizar. Una señora con una cara triste de jubilada le dio la vuelta a mi tarjeta de identificación para ganar más tiempo y dijo bajo su barbilla un “¡veamos!” Sacó una caja de sobres del armario y empezó a hojearlos como si fueran cartas.
– ¡Lo siento, no lo es! ¿Tienes cuenta en esta sucursal? ¡Sí, señora, dije!
– Tal vez la enviaron a Herăstrau por error.
Llama a alguna parte. Nadie le responde. Deberías ir allí, dice ella. Otro problema. No hay plaza de aparcamiento allí. Huyo a Herăstru y encuentro un lugar, algún maldito lugar. Hago ejercicio por un día. El portero, un campesino que hace de guardaespaldas con uniforme de seguridad, me dice alegremente:
-¡Ja, ja, se movió! ¡Dos cuadras más abajo, señor!
Me escapo a la nueva dirección. En un espacio mucho más pequeño, dos señoras, una con auriculares escuchando Dios sabe qué, pero no el evangelio, y otra rubia y alegre hablando por teléfono. Cubre el micrófono del teléfono con la palma de la mano y dice:
-¡Dile!
– Me mandaron del otro lado, de la sucursal de la calle…. a ver si no llegaba mi nueva tarjeta aquí.
Ella también revisa el boletín y lo voltea a ambos lados mientras continúa hablando con una sonrisa. Abre la computadora, escribe el nombre, hurga, hurga, habla, ríe, sí-sí-¿en serio? ¡Claro cariño! Córtalo así, sí, y dime, le queda bien…
Y a mí:
– ¡No está con nosotros! ¡Dónde se emitió hay que buscarlo!
Y al rostro desde el otro extremo de las olas:
– ¿Te dijo algo así?
Regreso a la primera sucursal bancaria.
– ¡No está ahí!
-Tenemos que comprobar si se emitió. Vuelve en dos días.
Volveré al mostrador en dos días. Otros rostros, otras expresiones, otros labiales, otras manicuras. La morera que mira mi boleta de calificaciones tiene algo escrito en su brazo izquierdo y una perforación como un diamante en su fosa nasal izquierda. Desafortunadamente, no puedo descifrar la escritura en el espejo de su hermoso y sonrosado brazo.
-¡No es!
Estoy tratando de llamar al gerente de la sucursal. He tenido una cuenta allí durante tres décadas. Todos desaparecieron, no lo sé. Dónde y cómo. Llevo años saludando al jefe y me reconoce. También me dio una tarjeta de presentación. Paso del cajero al área de procesamiento de documentos.
-¡Me gustaría hablar con el jefe de la sucursal!
Una morera sonrojada por la madre del fuego y dura en pantalones lista para cachetear y con tacones de 10 centímetros, sin mover la cabeza del monitor dice más fuerte:
– ¡Que no es!
Es como gritarle a la tecnología.
No puedo resistir más y alzando la voz le respondo:
-¿Si por qué no?
Desde otra computadora, un señor de mediana edad, un poco canoso, de traje y corbata, con expresión de quien ha visto mucho, y con voz amable, me pregunta:
-¿Podemos ayudarte?
-¡Gracias a Dios que al menos sabes hablar!
Sonríe y trata de arreglar el bochornoso momento digno de la Plaza Matache. Me acompaña por el mismo camino hasta el armario lleno de carpetas y cajas de sobres.
– ¡Lo siento, aún no ha llegado! ¡Lo comprobaré y tan pronto como lo recibamos te enviaré un correo electrónico o llamaré al teléfono que tenemos en tu cuenta!
Busqué la tarjeta de presentación del gerente de la sucursal. Era el jefe del servicio. Quería quejarme y decirle lo que pasó con la tarjeta. Tal vez me ayude.
– ¡Lo siento, me fui!
-¿Por que te fuiste?
-Después de 15 años de servicio llegué a 3100 y todavía me pilla de noche en el banco. ¿Por qué perder mi tiempo?
-¿Quieres decir que 3100 euros es poco?
– ¡No, señor, tengo tres mil cien lei, es decir, RON, no euros! En este momento, en los bancos solo los grandes jefes tienen sueldos como el mundo y todo tipo de bonificaciones. Los pequeños somos esclavos del banco. ¡Sabes que las chicas del mostrador, recién salidas de la universidad, tienen dos mil cien, dos mil doscientos lei, no euros! No puedo tener suficiente de un lápiz labial y un spray. ¡Por eso sigue moviéndose y moviéndose!
Entiendo. No quiero nada más. Ya no regaño ni envidio a los “pequeños banqueros”. Simplemente no entiendo la arrogancia y la estupidez de la joven con los blancos brillantes en las botas de cuero artificial y la insignia colgando de su cuello. Ella es solo una linda cajera y eso es todo. Como todas las chicas que salen a fumar a la entrada del banco. No doy préstamos y no construyo proyectos. Recoge, paga y transfiere. ¡Nada más! Soy parte de una especie de proletariado de banco hablador y sonriente. ¡Tanto como recibo, tanto como doy! Es como si se vengaran de la posición de una pequeña pieza en un mecanismo financiero de lego que los aprieta.
Y en realidad estoy aterrorizado de que algún día seré leído y juzgado por un joven empleado de banco a quien tengo que explicar un malentendido un tanto alegre.
– Amanecí con 48.900 lei en mi cuenta sin que nadie me los transfiriera.
Source: Cotidianul RO by www.cotidianul.ro.
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