Mike Harrington a través de Getty Images
Es difícil, tan difícil como correr el riesgo de que la población ya no entienda al hablar de resiliencia y planes relacionados.
Es aún más difícil ver inerte que la condición de la infancia y las generaciones más jóvenes siguen siendo una falsa prioridad en la agenda del país; falsamente, porque se habla mucho de ella, pero al mismo tiempo domina la cultura de la indiferencia sustancial disfrazada de lógica de políticas transversales, en el supuesto de que todo lo que se hace toca a los menores y jóvenes, por lo tanto toda inversión, aunque no se mencione les afecta.
Si la tasa de natalidad no hubiera estado en un mínimo histórico durante algún tiempo, si el desempleo juvenil fuera irrelevante, si aumentara el deseo de tener una familia, etc., esta tesis podría resultar convincente. ¡Pero no es así!
De hecho estamos en pleno invierno demográfico, el sistema de seguridad social lleva décadas deficitario, los jóvenes no pueden encontrar trabajo, las guarderías son atávicamente insuficientes, vivimos en pobreza sanitaria y no solo económica. Por no hablar de la diferente intensidad del malestar, donde el lugar donde naces determina tu destino hasta la expectativa de vida y el de morir en un catre, como “claman” las estadísticas oficiales desde hace tiempo inadvertidas para los tomadores de decisiones institucionales.
Como las historias de niños que, forzados por la enfermedad, pagan sus problemas de salud y, cuando sobreviven, meses y a veces años de interrupción del camino educativo, lo que significa retraso cultural y relacional, lloran con la misma fuerza la venganza, en el tiempo. del aprendizaje a distancia. , cuando bastaría con hacer obligatoria la educación a distancia para las escuelas, a petición de las familias, para estos alumnos especialmente desafortunados.
Por no hablar de la situación de abandono de familias obligadas a migrar por las enfermedades de sus hijos, abandono del estado y red de la organización social que intenta poner un parche y el cambio que ponen a disposición las leyes de presupuesto.
Pues en estos días el subsidio único para los niños (con la esperanza de que la crisis gubernamental en curso no interrumpa el proceso), algo de atención y financiación para combatir la pobreza educativa, pequeñas intervenciones institucionales para “salvar” a los pequeños en el tsunami de la vida cotidiana agravados. por la pandemia. Pero, ¿cuándo se refuerza el supuesto de que sin niños que crezcan bien, que vivan bien, que sueñen pacíficamente con su propio futuro, la construcción de todo el futuro de la sociedad está marcada negativamente?
Una mejora real de este supuesto no dejaría todavía datos visibles que muestren que la mortalidad infantil es muy diferente entre el norte y el sur, ¡para recordar la peor vergüenza de este lado! Todo esto mientras nuestros representantes aún están discutiendo si acceder o no al ESM. Dejo el comentario al lector.
Ha llegado el momento, que no se puede posponer (si es que alguna vez lo fue), de pensar en los niños y jóvenes como una “reserva” a proteger y promover, para ayudarlos a reforzarse para emprender el vuelo y saber aterrizar bien, lecciones de vuelo y aterrizaje para parafrasear el título del último libro de Roberto Vecchioni.
Basta de pólizas residuales para menores o absorbidas por terceros en virtud de un efecto indirecto sobre ellos sea cual sea la inversión que se realice. El sentido de civilización de una nación requiere que el derecho a vivir (y crecer bien) sea central, prioritario, obligatorio, reconocible. Aquellos que fanfarronean de manera diferente, sobre su propio futuro. Y no nos molestemos con la pandemia como coartada, porque incluso en la guerra, la historia de la humanidad nos recuerda que los niños deben ser protegidos.
Source: Huffington Post Italy Athena2 by www.huffingtonpost.it.
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